S12 W69 cazada

Decidimos ir de vacaciones a la ciudad de Puerto Maldonado, en el sur oriente peruano, manejando los 1650 km que la separan de Lima, en la costa central del Pacífico. Sería un viaje de ida y vuelta, por lo tanto 3300 km mínimo. Pero como si eso no fuera de por sí suficiente reto, quisimos añadirle algo más de emoción, incertidumbre y aventura (y varios kilómetros más) cazando las confluencias que estuvieran más próximas a la ruta, que sería la siguiente: Lima-Nazca-Chalhuanca-Abancay-Cusco-Puerto Maldonado.

Comparando los datos de Google Earth y el mapa vial del Perú, y sopesando cuestiones de tiempo, ubicación y “absurda exposición al riesgo”, finalmente decidimos que sólo podríamos alcanzar 3 confluencias. La primera, la S15W75, ubicada en pleno desierto costero a 527 msnm, es de fácil acceso y, por lo mismo, ya ha sido visitada varias veces. La segunda, la S14W73, está ubicada en los andes a 3766 msnm y la tercera, la S12W69, se encuentra en la llanura amazónica a 281 msnm. Estas dos últimas serían un reto sumamente interesante porque ambas son confluencias nunca antes visitadas, y entonces la ruta de llegada no ha sido descrita, con el añadido que serían las primeras que cazaría sin mi eterna compañera de cacería María Eugenia Viloria quien no podía viajar con nosotros en esta ocasión. Mi compañero de cacería esta vez sería mi nuevo compañero de vida: Lucas. He aquí el relato de cada cacería:

S12W69 (Madre de Dios):

Por las fotos satelitales supimos que la confluencia se encontraba a unos 800 metros de una estrecha carretera rural, en pleno bosque amazónico, y que a 1.5 km de ella había indicios de vida humana: dos pequeños lotes deforestados a ambos lados de la carretera. Entonces, en el mejor de los casos la aproximación sería a través de una selva con algún grado de intervención humana y en el peor, a través de una selva densa con todos los riesgos que ello implica. Mi experiencia en selva es casi nula por lo que tenía muchos temores y dudas acerca de lograr cazar esta confluencia. Lucas es ingeniero forestal y muchas veces se ha internado en bosques durante días, por lo que yo contaba ciegamente con su experiencia en esta ocasión.

Ya instalados en Puerto Maldonado desde el 13 de septiembre, escogimos el día 15 para la cacería. Partimos en auto a las 8 am continuando por la carretera Interoceánica que sigue hacia el norte en dirección a la frontera con Brasil. Luego de recorrer 62 km, al llegar al centro poblado de Alegría tomamos un desvío al noreste por el que debíamos rodar otros 22 km por una carretera afirmada hasta llegar al punto más cercano a la confluencia. El día anterior había llovido torrencialmente durante 5 horas y la carretera de tierra arcillosa mostraba muchos indicios de ello. Cuando encontramos una camioneta station wagon atascada en una pequeña hondonada llena de agua de lluvia que abarcada todo el ancho de la carretera, me preocupé. Mi auto no era una 4x4. Me imaginé a nosotros también atascados, lejos de cualquier auxilio, empujando el auto a puro pulso y enlodados hasta las rodillas. ¡Otro motivo de ansiedad! ¡Qué hacía yo exponiendo mi auto y a nosotros a estas circunstancias! Sin contar que todavía no enfrentábamos la parte más complicada: internarnos en el bosque. Por suerte Lucas afronta los contratiempos con serenidad y los resuelve uno por uno conforme se presentan, con la calma del patriarca que ya ha vivido muchas veces lo mismo y sabe que sólo es cuestión de repetir los procedimientos escritos en papiro desde tiempos ancestrales. Luego de 15 minutos de varios intentos fallidos logramos sacar la camioneta del lodo nosotros dos, el chofer y dos pobladores que aparecieron de la nada. Claro que eso, desde mi punto de vista, era sólo la mitad del problema. ¿Cómo haríamos para pasar nosotros mismos? ¿Y cuántos peligros similares deberíamos pasar? “Tranquila, a la vista se verá” era la frase que repetía Lucas cada vez que yo expresaba mi ansiedad. ¿El papiro es tan detallado? Pensaba yo.

Finalmente, a sugerencia de uno de los pobladores, sacamos el auto de la carretera siguiendo una huella apenas visible a través de un bosque recién incinerado que le iba a servir de chacra y así logramos bordear el lodazal. Rodamos sin nuevos problemas los últimos kilómetros y cuando llegamos al punto más próximo a la confluencia, nos encontramos con dos paredes de bosque altísimo a ambos lados de la carretera. La recepción satelital del GPS era perfecta hasta entonces, pero ¿por cuánto tiempo más sería así? No poder alcanzar la confluencia por falta de señal, era otro más de mis temores.

Parqueamos el auto a un lado de la carretera y bajamos a explorar. Teníamos que ingresar al bosque en dirección sur, así que recorrimos unos metros estudiando con cuidado cual sería el mejor lugar para hacerlo. Entonces sucedió algo mágico, de súbito vimos un gran agujero de 3 m de ancho entre los árboles, donde apenas se distinguían unas huellas de tractor que se internaban en el bosque. Era evidente que ningún vehículo había transitado por allí en meses. El bosque ya estaba reclamando su parte. ¿Pero qué era eso? ¿Una entrada a un terreno privado? Si es así, ¿por qué no habíamos visto ninguna parecida a lo largo de los 22 km que veníamos recorriendo? ¿A dónde nos llevaría? ¿Cómo es que está justo en el punto más cercano en línea recta a la confluencia? Mientras yo trataba de desentrañar estos misterios, Lucas ya estaba de regreso con el auto y lo dirigía a la entrada del agujero. ¡Horror! Por supuesto, antes de desaparecer entre los árboles me explicó que debía tratarse de una “estrada”, un camino abierto por recolectores de castaña que ingresan al bosque en vehículos de carga y se abren paso lo más posible hasta los árboles de castaña que se encuentran esparcidos por el bosque. Estos árboles son endémicos de esta región, logran una altura de 50 m y viven más de 500 de años, por todo ello, está prohibida su tala.

La idea de internar el auto por allí era alejarlo de la carretera principal y ocultarlo de los curiosos. Lo dejamos a unos 40 metros dentro de la estrada, ya que la vegetación estaba muy crecida y no permitía rodar más. Hora de caminar en la selva. Lucas iría adelante, abriendo camino. Pero antes de empezar, recibí de él instrucciones algo inquietantes: caminar a paso ligero detrás de él, lo más cerca posible y sin detenerme, pisar únicamente en sus huellas, no tocar ninguna rama ni árbol, si él era mordido por una serpiente, correr al auto y tratar de acercarlo lo más posible a él para poder evacuarlo… y por último la más importante: obedecer sin cuestionar cualquier nueva instrucción!

Y ahora sí, en marcha. La suerte jugó a nuestro favor, la estrada seguía hacia el sur, la dirección que necesitábamos. Me cuesta confesar que a pesar de considerarme “multitask” me resultó difícil cumplir con todas las indicaciones simultáneamente, ya que adicionalmente tenía que leer el GPS y tomar fotografías. La estrada no estaba totalmente invadida por el bosque, por lo tanto avanzamos muy rápidamente hasta encontrarnos a 300 m de la confluencia. A partir de allí tomamos unos pequeños senderos que partían de las estradas y que les servían a los recolectores para aproximarse a pie a los árboles de castaña. Era una red de senderos. Tendríamos que seguir alguno que nos acercara lo suficiente. El segundo sendero que probamos terminó en un gran árbol de castaña a tan sólo 70 m de la confluencia. No podíamos pedir más, era momento de dejar la relativa seguridad de los senderos.

Lucas sin dudar entró apartando ramas y plantas y saltando o rodeando troncos caídos y yo detrás seguía leyendo el GPS y avisándole cada 10 metros si es que habíamos desviado la dirección y hacia dónde ir. Por fin llegamos a 7 m de la confluencia y a partir de allí el avance fue muy lento, pero los últimos metros y la caza de los ceros perfectos lo fue aún más. Rodeados muy de cerca por árboles, ramas y plantas, ¡por fin logramos leer los ceros en el GPS! ¡Llegamos! ¡Qué gran alegría!! Pero no había tiempo que perder, tomamos las fotos y nos dispusimos inmediatamente a regresar, ya que oscurecía y temíamos que lloviera. Teníamos que salir cuanto antes del bosque, no podíamos abusar de nuestra suerte. Deshaciendo nuestros pasos lo más rápido y directo que podíamos, casi huimos de la confluencia. Una hora después, estábamos nuevamente en la carretera rodando felices y maravillados por tanta suerte. Contra todos mis temores pesimistas ¡lo logramos!

Todo salió mejor de lo planificado, no nos encontramos con serpientes, felinos o malhumoradas huanganas (Tayassu tajacu), ni con lluvia, aniegos o quebradas insalvables. Sólo vimos unos inocentes loros sobre su nido de palmera, una colonia de mariposas alimentándose y un grillo perezoso que pidió un aventón.

Ahora, mientras Lucas manejaba, yo por fin podía disfrutar del paisaje, ya sin la aprensión de la ida. La sonrisa no se me quitó durante todo el viaje de regreso a Puerto Maldonado, agradeciendo al bosque por su gentileza, a Lucas por seguirme en mis cacerías y a la fortuna por darme un espléndido compañero de vida.




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